Pareciera ser que el emprendimiento es más bien un acto heroico y no una simple necesidad económica. Miro hacia atrás para entender qué y cómo pasó. No recuerdo con tanto detalle pero sí se lo que me dio fuerza para emprender:
1.- Casarte con la idea
Hablar de matrimonio genera que dos o tres salgan corriendo, lo mismo pasa con el emprendimiento. Aunque lo anterior no implica que emprender sea para pocos, sí quiere decir que esos pocos tienen que entrar en el rigor de la disciplina. Emprender significa amar, creer, gozar y casarte con tu idea de negocio. La disciplina ayuda para que día tras día puedas descubrir e indagar sobre las nuevas etapas, aristas, facetas del negocio para hacerlo funcionar.
Una vez que logras la idea para tu negocio, es preciso que te cases con ella, luches por ella y te dediques a ella.
2.- Flirtear con otras ideas
No voy a mentir y decir que emprender se hace más fácil con el tiempo. Más bien es todo lo contrario. Mientras observaba que uno y otro ascendían en su escalera profesional, yo me veía estancada. No importa cuánto le macheteara, parecía que nada avanzaba. Ahora entiendo que eso era una percepción simplista y desesperada. Pero es ahí, justo en ese momento cuando los demonios de las nuevas ideas se presentan. ¿Qué tal si mejor me empleo? O bien, mientras esto despega, ¿me dedicaré a esto otro?
El emprendimiento tiene éxito cuando te entregas a él como cualquier otro empleo, trabajo, proyecto. En el momento en que volteas a ver otro proyecto, entonces habrás perdido enfoque y consecuentemente, descuidarás aquello (mucho o poco) que nutre y hace crecer a tu negocio. Hay excepciones, sí, pero son eso, excepciones.
3.- Vivir del emprendimiento
Este es el verdadero punto decisorio. Mientras estuve brindando asesoría en las diferentes incubadoras, había una métrica muy marcada respecto de los negocios que prosperaban y los que no. Los emprendedores que empezaban a vivir de su negocio, proliferaban y los demás, se diluían.
Vivir del emprendimiento es lo más duro que me sucedió mientras emprendía. Ganar cero pesos con cero centavos e invertir todos los ahorros fue difícil. Duro en verdad. Quizá porque soy una blandengue pero fue una gran lección de vida de la que no me arrepiento y sí estoy dispuesta intentarlo de nuevo. Y en eso estoy.
4.- No claudicar
Tirar la toalla parece el paso más obvio para el que nada gana y todo ha perdido. Había “perdido” mis ahorros, mis colegas tenían coche nuevo, ostentaban títulos rimbombantes y yo, ahí. Sin más. Solo mirando mi bandeja de entrada vacía. No lloraba porque en las mesas contiguas del café que fungía las veces de mi oficina, había gente y me daba pena llorar. Pero sí lloraba hacia adentro. Mirando hacia atrás, comprendo que me faltaba experiencia, resiliencia, tozudez, fuerza, brío, gallardía, empuje…
Sin embargo, mientras estaba ahí, así, de capa caída, me prometí que llevaría eso a lo que llamaba negocio “hasta las últimas consecuencias”. No iba a claudicar, sino hasta que fuera la última opción viable. Esa fue mi promesa.
5.- Hacer oídos sordos
Hollar el camino del emprendimiento significa también tener que escuchar a nuestro círculo inmediato hablar sobre cómo es que ya nos hemos equivocado una y mil veces, de cómo hubieran hecho las cosas con más éxito, de cuánto más éxito habrían tenido, etc. Palabras vacías en realidad pues nadie de quienes hablan decidieron hacer lo que uno y es preciso hacer oídos sordos.
Ignoro por qué desalientan tanto a los emprendedores, es como si no creyeran que tener el propio negocio es trabajo serio y arduo. Lo cierto es que el emprendedor, el empresario trabaja mucho más que cualquier empleado pues, no tiene nada asegurado y sí ostenta toda la responsabilidad ante la ley y dicho sea de paso que la ley no es nada indulgente.
6.- Soñar
Finalmente, mientras hacemos oídos sordos, hay un silencio que nos permite escuchar nuestro interior. Y aunque cultivar la creatividad también se requiere un poco de disciplina, es muy fácil dejarse llevar. Atreverse a soñar es abrir la puerta para que todas esas cosas locas, ilógicas y maravillosas se vayan dando cita en nuestra vida. Hay que soñar mucho para encontrar los elementos que doten de estructura a nuestros castillos de aire. Por muy romántico que esto suene, lo cierto es que me refiero al mundo de las ideas de Platón, a la mente colectiva de Jung; las ideas están ahí esperando a que alguien se ponga manos a la obra.
Así pues, primero hacemos silencio, luego soñamos, luego lo enunciamos para finalmente ponernos manos a la obra. Sueña, es lo más importante.
Una vez estuve donde tú, con dudas, temores y mucho entusiasmo. Después me sentí muy sola en el mundo de empresarios, no era la única pero habían poquitísimas mujeres. Ahí estaba, queriendo marcar una diferencia. Yo también recibí mentoría, me sirvió para aguzar mis sentidos empresariales y mi negocio tuvo gran éxito.
Ahora estoy aquí para ti. Me encantaría colaborar siendo parte de tu equipo de consultores. ¿Empezamos?
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